domingo, 4 de enero de 2015

Día ciento dieciséis sin él.

El jueves fuimos a cenar. Sin más. Y empezó todo lo mal que puede empezar algo que no va realmente mal. Y de repente estábamos hablando, más profundo que una sima oceánica, más sinceros que un espejo. Hacía mucho de la última vez. Meses. A veces pareciera que una vida, la de otra persona, de otro mundo, o de otra dimensión. 
Y allí estábamos, en el centro comercial, con mis lágrimas y su sonrisa. Y un beso. Y ya cuesta abajo hasta caer el uno encima del otro. Sin remedio y sin querer evitarlo. 
Una representación exacta de mi único propósito para este año.

******

Anoche, fui a su casa.
"¿Vienes a mimir?"
Que él fuese quien me buscó me dejó tan patidifusa que durante un momento no supe muy bien si era yo u otra persona, pero oportunidades así no pueden desperdiciarse; "sí, claro".
Llegué allí y estaba dulce. En la mesa de la cocina, metiéndose conmigo, hablando por los codos, y dándome abrazos de león, de esos interminablemente ridículos e infinitamente adorables.
"-Me ha gustado que me dijeras que viniese.
-Me apetecía verte".
Después, en su habitación, viendo High School Musical, cantándolo por los aires en sus brazos, mientras me giraba más y más, y más, hasta terminar en su cama, abrazaditos, mientras me pedía que hiciera el idiota para él. Y claro, a ver cómo se resiste una a un palmo de esos ojos.
Después, vídeos de los suyos, de risa (o algo parecido), pero risas reales entre nosotros, achuchones, besos... Más risas.
Más tarde a la ducha, porque cómo iba a dejarme sola, y una vez allí, agua ardiendo, y pieles mojadas que vibraban cada vez que se rozaban la una con la otra. 
Al salir, una invitación a la "toalla del placer", y de repente su lengua haciendo estragos en mí.
Y de vuelta a la habitación, con tan sólo una toalla y el pelo húmedo. Su pijama. Su sonrisa al verme dentro de aquello "qué pequeñita pareces ahí metida" y el abrazo que acompañaba a esas palabras. Su cama, mimos... Y mi necesidad de él. 
Empezar a besarle muy lento, pero muy penetrante, poniendo cada trocito de mi boca en cada porción de beso. Sin poder evitarlo. Derritiéndome con cada roce.
Después él, poco a poco, sobre mí. Ropa fuera. Más sobre mí. La espalda. Su boca, mordiéndome. Sus manos, recorriéndome. Más, más abajo. Hasta que no hizo falta bajar más. Después de frente, porque qué mejor que verle. Y después, ambos a la vez. Me estaba volviendo loca. Total y absolutamente loca.
Y al final, boca con boca. 
"-¿De verdad quieres hacerme el amor?
-Sí, ¿por qué?
-Porque voy a hacértelo".
Dentro. Dentro y más dentro. Con sus brazos al rededor mía "ven, siénteme", piel con piel, qué más daba de quién. "Bésame" y besarle, sin parar, sin pensar. De espaldas, mientras me abrazaba, de un lado del otro... Juro que hubo un momento en el que pensé que lloraría.
De. Pura.
Felicidad.
Y de repente... Una mirada. Pero no una cualquiera. Embelesada, hasta el punto de resultar penetrante. Sus ojos... Brillaban. "¿Qué pasa?" "Nada". "¿Qué?" "Eres preciosa".
Pero... Había más que un cumplido en esa mirada. Joder, tenía trasfondo, vida. Hacía... Ni sé cuánto que no me miraba así. Y aquello me llegó más hondo que cualquiera de sus estocadas.
Cuando todo acabó, me metió en sus brazos, y no me sacaba de allí. Me besaba, sin dejar que mi nariz dejase de rozar la suya.
Le respiré una vez más, y cerré los ojos.
"Te quiero".
"Yo también te quiero cielo".
Sonreí a la oscuridad, y me dejé llevar, a sabiendas de que aquella noche no habría pesadillas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario