lunes, 5 de enero de 2015

Día ciento diecisiete sin él.

Adoro cuando pequeños detalles que habían quedado sepultados sobre cosas más llamativos emergen de mi memoria, como cuando te llevan haciendo demasiado tiempo aguadillas y sales como un poseso en busca de aire.
"-¿Nos vamos a quedar así mucho?
-Vamos a quedarnos así toda la vida... Toda la vida no, que mañana tengo que ir al estudio. Pero si te quedas así para cuando vuelva, vengo y me pongo en el huequecito".
Siempre el deje, el medio pasito atrás. Pero con un pie adelantado, y con postura de no salir huyendo. Al menos durante un ratito más.
******
Hace un rato me dio un bajón de esos con los que te tropiezas y de lo profundo que caes casi parece que has llegado a otro mundo. Y me puse a pensar en aquella vez en la que fui a su casa, muy, muy poquito antes del final, y me dejó sola en su habitación, durante unos minutos que parecieron siglos e instantes al mismo tiempo. Recordé cómo en el recuerdo me puse a recordar todos los instantes que pude arrebatarle a mi cabeza y que se habían sucedido sin descanso durante aquellos dos años. Era su habitación, y yo casi había vivido allí durante un tiempo. Y vi todas mis paridas desperdigadas por sus estanterías, y algo se me murió dentro ante la idea de no volver a pisar aquel lugar. O peor aún, de pisarlo viendo las fotos de otra sobre la repisa. 
Esa misma sensación de muerte clínica me cayó hoy encima sin que pudiera evitarlo. Sin venir a cuento ni a fábula. Pero ahí estaba, y no sabía muy bien cómo deshacerme de ella. Así que la dejé pasar, sin más, rindiéndome al dolor y al miedo durante un atardecer. Y cuando salí de allí, con la respiración entrecortada y los ojos anegados en lágrimas, supe, por enésima vez, lo que quería; no volver allí nunca. 
Es curioso, porque nunca supe lo que quería.
Hasta que lo perdí. 
"Hay dos cosas necesarias para conseguirlo; creer y la oportunidad. Y tienes que creer, porque la oportunidad es una puta".




No hay comentarios:

Publicar un comentario