miércoles, 14 de enero de 2015

Día ciento ventiseis sin él

El martes, día de reyes, no le vi. Fue un día de mierda, sinceramente. No empezó nada mal, con él recordándome que era seis. Eso realmente me emocionó. Pero después el día se fue torciendo más y más hasta que al final era un amasijo de tuberías enredadas entre sí, clavándose los extremos metálicos. 
Le llevé hasta un skype que pudo haber acabado muy mal, porque si los hierros estaban torcidos, ahí no hicieron más que clavarse más profundo. Pero al final...
"-Oye, cuelga, que yo no quiero colgar.
-...
-En serio, no quiero.
-¡Cuelga tú!
-Que no coño, que cuelgues tú".
Y la risa nos explotó dentro, sin poder evitarlo.
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El miércoles fue un día que pasó como una hemorragia silente; sabes que hay algo que no está del todo bien, pero que te revuelve sin parar. Al menos hasta una frase.
"¿Sigues queriendo venir?"
Volar es poco para lo que hice en aquel momento, y diez minutos más tarde estaba en su casa, con su regalo y mi sonrisa, que en realidad también lo era.
Nada más entrar en la habitación, vino hacia mí, me cogió en brazos y me abrazó muy fuerte. Durante mucho rato. Fue un abrazo de esos que se leen, pero nunca se viven. Uno de los mejores que he conseguido en mi vida. Suave, dulce, anhelante. Me dijo que si no quería bajar, y le contesté que por mí no. Y me llevó en brazos como a un koalita mientras se lavaba los dientes. Qué buena atmósfera se respiraba, y qué bien respirarle a él. Me sorprendió gratamente ver que no sólo por mi parte cuando llevábamos mucho sin vernos, por muy enfadados que estuviésemos, el simple hecho del reencuentro lo arreglaba todo. 
Le di mi regalo, y se enfadó. Primero flipó en colores, porque pensó que mi regalo era aquella cajita que había hecho, con vales, y un conejito. Después fue cuando vino el enfado. Pero era un enfado bonito de "me encanta, pero me hace sentir mal que me regales cosas".
Se probó la chupa, y cómo le quedaba joder. Parecía uno de estos rockeros hiper buenorros recién salidos de maquillaje y peluquería. Me pregunto si todas las parejas que ahora son viejas siguen viendo en el otro ese algo que un día les cautivó. A mí sólo que no me cambien sus ojos.
Me dijo que me quedase a dormir, pero no podía hacerlo, así que le propuse venir al día siguiente, a pasar la mañana y dormir. Deal.
Es día hacía cuatro meses que me dejó.
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Cuando se despertó medio muerto, me pidió que fuera a su casa, y aun arriesgándome a que me pillasen la mañana anterior a un examen, no pude decir que no.
Llegué allí, y me abrió su madre, por lo que entré en su habitación casi sin que él fuera consciente de ello. Me quité toda la ropa salvo su chaqueta y las braguitas, y me metí allí dentro, en aquella sauna blandita y suave que olía a él.
Lo cierto es que, como a diferencia de otras veces, me dormí. No había descansado mucho, y sus brazos eran como un oasis de tranquilidad y seguridad. Me encantaba que me abrazase de aquella manera, como si fuera su peluche favorito.
Cuando volví a despertarme, estaba cachonda. No tengo ni idea de cuándo, cómo, dónde ni por qué, pero ahí estaba. Y él no era menos. Y sin ser realmente ninguno conscientes, de repente estaba en mí, y yo en él, y qué polvo tan sin arreglar pero acojonantemente bueno.
Después hubo mimitos, y besitos de esquimal, pero tenía que irme si no quería que aquel castillo de naipes se me cayera encima, por lo que me acompañó hasta la puerta y me despidió, siempre con un beso.
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El viernes yo había planeado estudiar, ¡lo juro! Pero nada más salir de un examen de puta mierda, tenía la cabeza para cualquier cosa excepto para aquello. Así que me dejé caer. En su boca. Y me esperaban.
Fuimos de compras, cosa que a poco le anastomosa el cerebro. Pero ambos sobrevivimos, y sé que aunque la ropa que me cogí así de primeras no era nada del otro mundo, cuando me la vea puesta se le abrirán los ojos demás.
Estoy casi segura.
Nos fuimos a cenar a nuestro restaurante japonés, y todo allí fueron sonrisas dulces y bromas mal intencionadas, de esas con las que no quieres reírte pero no tienes más remedio.
Recuerdo que me dijo que la inscripción en la tabla de mi puerta se había borrado, porque habían pintado sobre ella. Me entristecí mucho. Al menos hasta que dijo "habrá que volver a ponerla". En aquel momento, amaneció sólo para mí, como si el sol pudiera reservarse para zona VIP. "¿Volverás a escribirla?" "Volveremos a escribirla. Jajajaja, tu conserje sabrá cuándo dejemos de estar juntos porque no volverá a ver la inscripción".
Cuando. Dejemos. De. Estar. Juntos.
Después, a su casa, entre arrumacos de vagones que hubieran hecho tener esperanza a un suicida a punto de saltar a las vías del metro.
Una vez allí "¿qué vemos?" "¿qué hacemos?" "A mí.. En realidad me apetece darte mimitos con baladas de fondo". "A mí... En realidad también. Deberíamos hablar más a menudo". "Sí, deberíamos".
En su cama. entre capas de piel y miradas que se volvían bizcas de la cercanía.
"Quédate".
"Venga ya, no puedo...".
"Quédate. Y vemos una peli hiper moñas, y tomamos colacao, y nos dormimos así de abrazaditos. Quédate".
Y me dio tanta rabia. Pero TANTA rabia. Por qué no podía quedarme allí con él. Joder, era todo lo que quería. Entonces por qué no podía hacerlo.Muchas veces he sentido que la vida es jodidamente injusta, y aunque parezca una tontería, un problema de tercer mundo y toda la mierda que queráis, en aquel momento aquella afirmación me quemó en la garganta como un hierro ardiendo.
"Pero no llores... Dios, dios qué monat eres, no llores".
Y ese abrazo.
Al final, tuve que irme, pero mereció la pena, cada segundo. Además, me fui con una sorpresa "guardame esa noche, para la próxima que pueda quedarme". "Vale".
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El sábado no le vi. Aunque él pensó que nos veríamos, y le entristeció el hecho de que no fuera a ser así. Sí, lo reconozco, me encantó.
El domingo, más de lo mismo. Apuntes, apuntes, y mi cabeza calle abajo, mirando por su ventana. Romea del siglo XXI. Quién lo hubiera dicho hace un par de años. O ni siquiera tanto. Quién habría dicho que alguna vez llegaría a enamorarme como para dormir en el alféizar de alguien.
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El lunes no pretendía verle. Pero salir a esas horas del examen me lo puso demasiado fácil. Me deslicé hacia su casa, y una vez allí me regaló uno de esos abrazos infinitos "en tus apuntes dice que más de 20 segundos, pero ¿y qué pasa si son treinta?" "Nada. No pasa nada".
Y si fueron más de treinta, pues tampoco.
No... Pasó nada, y sin embargo, todo brillaba un poco más de lo habitual.  Su actitud, como queriendo de mí, su sonrisa, que no le dejaba en paz. Y otra vez "quédate. Merendamos, y si quieres te hago el amor.  Venga quédate". Por qué universo. Por qué existen los exámenes, y los padres, y las obligaciones. Tan sólo pudiendo haberle contestado "sí" habría sido de las personas más felices en la tierra, por ese espacio de tiempo. Pero no... Claro que no. Cómo iba a ser tan fácil.
Aún a sabiendas de que el miércoles tenía la recuperación de anatomía, le propuse escaparme aquella misma tarde, o al día siguiente. Aquella noche por un skype un tanto extraño decidimos que vendría a mi casa al día siguiente. Y eso me bastó para dormir. Dormir a secas.
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El martes vino, y todo en mi cuarto se iluminó un poquito más. Recuerdo los mimos, dulces como ellos solos. Recuerdo que quería dormir, y que yo no, y que a pesar de que había alguien taladrando en el patio, al final fui yo la que me quedé absolutamente sopa y él el que tan sólo cerró los ojos. Recuerdo que en un momento dado me desperté. Vete tú a saber por qué. Y volví a caer exhausta al segundo siguiente.
Pero la siguiente vez que me desperté no pude dormir. En absoluto.
Había tenido una pesadilla. De esas tochas, con fundamento, en las que el hecho de que se marche no es sólo una serie de pinchazos constantes en diferentes situaciones y momentos, sino que tenía una historia, un motivo. Y al final el motivo era sencillo; yo no había sido suficiente para que quisiera volver.
Pero me desperté y... Estaba ahí. Conmigo. No lejos, en algún otro lugar, perdido en alguna otra boca. Conmigo. Con su mano en mi pierna, aunque estuviese tumbado hacia el otro lado. Y me achuché a él como si fuera un salvavidas. Y es que en realidad, tenían mucho que ver, al menos para mí.
Y me sentí completa.Asustada, pero completa.
Se removió un poco, y me abrazó, preguntándome que por qué lloraba. Le dije que había tenido un mal sueño, y no paró hasta que se lo conté.
Cuando lo hube hecho, me abrazó, muy, muy fuerte, y le respiré, mientras cada célula de mi cuerpo asimilaba la sensación de plenitud que me había caído del techo al entender que estaba allí. Porque una cosa es saber algo, y otra es sentirlo. No tiene absolutamente nada que ver, creedme.
Le toqué las narices hasta que se levantó, y fuimos al salón. Mientras yo desayunaba, pusimos un documental de Korn, y en fin. La música de esos hombres siempre me ha llegado, de alguna manera, pero al ver lo cuquis que eran... Pues me enamoré de ellos, qué queréis que os diga.
Al igual que me enamoré de nosotros. Creo que nunca habíamos visto un live o un documental entero juntos, y fue una experiencia muy friki y muy gratificante. Ver cómo los dos nos motivábamos (aunque era obvio que él intentaba reprimirse), y cómo ambos disfrutábamos con aquello me abrió un horizonte hasta el momento inexplorado. Y si tengo ganas de algo, es de conquistar.
Además, cuando el documental acabó, le dije que en ese momento tenía muchísimas más ganas de ir a ver a Korn al Ressu, si es que eso era posible. Le pregunté si iríamos, y me aseguró que así sería. Pero yo quería más, y le puse el dedito de la pinky promise delante.
Y
lo
cogió.
Solté un gritito de alegría y me abalancé sobre él, que empezó a descojonarse. Hicimos un rato el idiota, y sin previo aviso, me pidió que le leyera mis borradores.
Lo cierto es que me quedé un poco en estado de shock. Se lo había propuesto miles de veces, pero no llegué a pensar que se los leería a nadie, ni siquiera a él. Y ahí estaba yo, en una encerrona que me había preparado a mí misma... Y de la que en realidad no sabía si quería escapar.
Le hablé del primer borrador, aunque ya se lo hubiera contado. Le relaté el segundo, y recuerdo su cara de extrañeza a medida que la trama avanzaba. Cuando llegué al tercero me di cuenta realmente de en qué lío me había metido yo sola. Comencé a hablar, intentando pensar cómo releches iba a olvidar el final.
Cuando llegué allí, no pude ponerme más roja. Ni él instarme más a seguir. Ni abrazarme más después. Qué vergüenza, dios mío.
Terminé con la última historia.
"¿Y el final?" "Es que aún lo tengo que pensar. No sé si acabará bien o mal. Pero estoy en ello".
Y tras unos cuantos besos, fue cuando la cosa se desmadró.
Empecé a recoger, porque pronto tendría que irse, y puse la música en el apple TV. Y qué releches. Ppuse "thinking out loud", y le miré con cara de... "Bailame". Y él me apartaba la mirada, pero sonreía. Le cogí de las manos, y le subí al sofá. "Nos vamos a caer". "Qué más da".
Y efectivamente, a la segunda vuelta, casi nos matamos, pero daba igual, porque antes de eso íbamos a morir de la risa. Entonces comencé a saltar y me dijo que aquella música no era para saltar. Pasé a la siguiente canción, "i just wanna be with you", y salté de nuevo. Él me miró riéndose "¿de verdad quieres que salte? Me voy a cargar el sofá". Por toda respuesta tiré de él y continué saltando. En ese momento me sujetó de las manos y empezó a saltar como un verdadero bestia. No pude contener las carcajadas. "Ahora saltamos y nos sentamos... Una, dos, ¡y tres!"
Y caímos sobre el sofá, descojonándonos. Qué placer, joder. Se recostó sobre el brazo del sofá, y yo me dejé caer sobre él. Nos abrazamos. Y sentí que nos adoraba, más y más cada vez.
Después me levanté con la intención de seguir recogiendo, y al volver de la cocina, me cogió, y me subió a su espalda. Pensé que me dejaría simplemente a caballito, pero entonces empezó a girar más y más y más rápido. Grité, encantada, y él siguió y siguió. Al final parecía que la tierra se había quedado sin eje, pero nosotros seguíamos en pie, y qué gozada.
Me dejó caer sobre el sofá, haciendo la voltereta, y él me copió después. Terminamos de recoger, y fue por sus cosas.
Le esperé en la puerta, mordiéndome la lengua para no pedirle que se quedara. No sabéis cuánto me costó.
Me besó, dulce. No pude contenerme.
"Y bueno... ¿Crees que la vampiresa y el guitarra tienen para una segunda parte?"
"Ay no sé. ¿Follan?"
"No".
"¿No follan? Entonces no".
Y ambos nos reímos sin querer evitarlo.
Otro beso. Una de esas sonrisas bonitas.
Ay.
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Hoy sencillamente hice un examen. Él no estuvo. Pero vaya epifanía. Luego  veré si tengo tiempo de contárosla. No puedo parar quieta de la luz que se me ha encendido dentro.

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