No he tenido tiempo de escribir en estos dos días, pero ayer leí mi anterior entrada y... Pues no pude flipar más.
¿Estamos gilipollas? En serio, leedla.
"Me duele en el alma, pero ya no puedo pedirte que vuelvas, sino que no te vayas".
Que. No. Te. Vayas.
Dios, cómo puedo ser tan imbécil a veces, tan jodidamente imbécil. ¿Volver de dónde? Ya está aquí, coño, que parece que encima me estoy saboteando a mí misma.
Vamos a ver, no ha vuelto, no soy... Nada suyo, ni he oído esas dos palabras que me quitan el sueño con su ausencia, pero tío, yo misma me delato: "que no te vayas".
La epifanía que me dio muy fuerte y muy largo. El domingo lo pasé de un lado a otro cantando y bailando, cuan princesita Disney.
Él está aquí.
Y por la noche me escapé, a sus manos con mis regalos de navidad caseros, y a su sonrisa con mi lengua desenfrenada y necesitada de él.
Y luego risas, y máááás risas en estados mentales que pasaban a través del humo. Y su mano, tan dulce, con la mía, de vuelta a casa...
Y esta mañana "lo siento mi vida.." en su cama, revolviendo aquí, revolviendo allá. Sus quédate, comiendo con Narnia, las teorías conspirativas sobre Mufasa y Aslan, saber que fui cactus en otra vida y que por eso he terminado con el guitarrista de Ataque de espinas.
Y después sus manos, otra vez "ven conmigo", tan Christian que sus ojos tenían reflejos azules.
El metro hasta la tienda de guitarras, hasta el centro, tan dulce que sabía a roscón (por mucho que a él no le guste), y a la vuelta, más todavía: "¡se han dado un beso!".
Viene a mi casa, se lleva a mi gitana, y a mi corazón en la misma bolsa. Y un beso. Y esa sonrisa.
Y queda un poco bastante para verle, pero tengo su camiseta aquí, y la sensación de que mi epifanía es acertada, de que no fue tan sólo un desliz ortográfico, y que en el fondo sabía lo que decía aunque nada tuviera demasiado sentido en la frase en la que estaba envuelto.
Termina de volver, y no te marches.
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