sábado, 27 de septiembre de 2014

Día veinte sin él.

Ayer volvió.
Sólo durante unas horas, pero estaba ahí.
Y supe que era lo que quería. Lo supe tanto que dolía a morir.

Hoy se ha vuelto a marchar. 
Y miro la muerte a mi alrededor, y sólo soy capaz de pensar en lo precioso y poco común que es el hecho de tener algo por lo que merece la pena luchar. Y cómo de un plumazo te puedes quedar sin ello. Así, sin más. Y no volver a tenerlo nunca. Y sentir que darías lo que fuera porque volviera.
Pero ahora no es ese momento.
Es el momento de darlo todo, para un día no caer de rodillas al suelo, con las manos vacías a excepción de la certeza absoluta que sólo regala el arrepentimiento.

No me da miedo equivocarme. Quiero equivocarme todo lo que pueda en la vida cuando no sepa qué es lo correcto y qué no lo es.
Pero ahora mismo... No puedo dejar escapar lo que tengo. Porque sé que, pase lo que pase, me arrepentiría para el resto de mi vida. 

Todo esto me llena por dentro, y yo sólo quiero besarle, y cogerle de la mano tan fuerte, que no se marche nunca.

Vuelve. Al menos una vez más...

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