lunes, 17 de noviembre de 2014

Día sesenta y ocho sin él.

Hoy todo parecía deslizarse. Y más que parecerlo, lo hacía. Suave, dulce. Su mirada, su boca, sus manos. Su comprensión. Su empatía.
Y el mundo era un poco menos oscuro.
Y después, las moñadas absolutas, su cama, escenario de casi todo, que si enfado por aquí, que si morritos por allá.. "Quédate a dormir". Ay dios...
Y luego el blog. Sabía lo que había, y lo que tocaba. Sabía que iba a ser duro, pero también que podía salir mejor estando yo allí. Y eso hice. Estar.
Me llegó aquello de "nadie me ha dicho nunca algo tan bonito" con la entrada de defectos que no lo son tanto.
Y luego... El terror. La parálisis. Revivir aquello que dolía tanto. Esperar sin poder evitarlo un "ahora creo en nosotros" que no llegaba.
Ni ha llegado. 
Y yo, cobarde, guardando la pregunta en mis labios. 
"Estoy siguiendo el consejo que me diste. Hacer lo que me apeteciese cuando me apeteciera. Y por eso estamos tú y yo aquí, sentados y abrazados".
El miedo se diluye pero no desaparece. La congoja sigue rumiando en mi pecho. Su cara taciturna encubierta no puede esconderse a mí, y la inquietud galopa en crescendo.
"No te rayes, porque no hay nada por lo que rayarse".
Confío en él. Incluso ahora, frente a todo.
El peor trago ha pasado. Sólo queda seguir adelante, y... Hacia arriba, con un poco de suerte.
Esto ha servido para bajarme los pies a la tierra. Recordarme que, por mucho que las cosas vayan mejor, no hay nada hecho, que queda todo por ganar, pero que aún existe la posibilidad de perder. No puedo acomodarme. Ahora menos que nunca. Ahora tengo que apostar el todo por el todo y rezar. 
A qué, ni idea, pero estoy en ello. 
Mientras, seguir currando, como si me fuera la vida en ello.
Oh, vaya.

Vuelve.



No hay comentarios:

Publicar un comentario