jueves, 27 de noviembre de 2014

Día setenta y ocho sin él.

El lunes fui a buscarle a guitarra, tras un día largo de narices. Estaba entusiasmado, aunque la clase hubiera sido un poco mierda. Yo me entusiasmé cuando supe que aquella tarde no componía. Más aún viendo Bakuman con él. Sintiéndole y sintiéndome.
El martes fuimos al gimnasio. Y ¡oh! Tampoco componía. Y estaba tan cachonda que ni siquiera importó realmente que estuviera desangrándome de mala manera. Y ahí estaba otra vez, "quédate a dormir". Y la penitencia por dentro al saber que no podía decirle sino que no, por mucho que me reventara todos los procesos vitales. Y bailando "My Sharona" en vinilo, le hice sonreír tan, tan bonito, que casi parecía mi sonrisa.
El miércoles amanecí, y estaba en su casa. "Buenas noches". Cuando desperté, estaba a mi lado. Y cuando volví a despertar, ahí seguía. Y cuando tuve que marcharme, a penas sí podía entre sus "no te vayaaaas, no te vayaaaas" susurrados con cara de dormidito y sus manos al rededor de mi pierna. Adoraba verle dormir, y ver cómo me sonreía al abrir el ojillo. Le adoraba. Por la tarde fui a buscarle a guitarra, con un chocolate caliente en la mano, y muchas ganas de besarle. Y luego Bakuman. Y de risas "¿quieres ir a cenar?" Cómo decir que no. Y frikerías y mimitos en el Burguer. Y miradas tan dulces desde el quicio de la escalera que pensé que Willy Wonka aparecería para pedirnos derechos de chocolate.
Hoy, en mi casa, en mi cama. Parpadear, y nada. Parpadear, y él. Mío.  Conmigo. Ese sueño horrible, llamas, rubias, él, lejos. Despertar, y que estuviera ahí para fundirme con él. Su sonrisita dormida cuando le arrascaba y ni siquiera estaba despierto del todo. Su música de cocina. Sus besos, suaves, de dentro.
"-No deberías tener esos sueños.
-Tengo miedo, supongo que es lo que hay. 
-¿Tienes miedo del sueño?
-No del sueño en concreto, del incendio y todo eso.
-¿Entonces?
-De que te marches, sí.
-Pues no deberías, idiota".
Volver de enfermerizar con niños, mientras escuchaba "thinking out loud", y llorar, mientras dejaba que el sentimiento de esperanza me llenase hasta las puntas de los pies. 
"¿Puedo hipotéticamente interceptarte para darte un beso e irme con una sonrisita a dormir?"
Sin la hipótesis, él no pensó que fuera una pesada. Me besó entre sonrisas. Me rebañó un último beso. Y otro último beso. Y sonrió otra vez.
Y lo prometido es deuda, me voy a dormir con esa sonrisa y su olor en mis sábanas.

Vuelve...

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