domingo, 12 de octubre de 2014

Día treinta y cinco sin él.

Todo va como la seda, y de repente, un puñado de palabras lo ahogan todo.
Cómo pude ser tan estúpida, cómo pude pensar que iría bien sincerarme hasta ese punto.
No todo es admisible tal y como estamos, joder, cuándo va a entrarme eso en la cabeza.
"Y si no, nos damos un respiro, que no viene mal". 
Llevaba dos semanas sin esa mierda, pero parece que la maldición de los domingos ha vuelto. 
Imbécil, soy una completa imbécil. Cómo pensar que ya había ganado a esa reticencia. Cómo pensar que ya estaba empezando a debilitar las dudas.
Ahora veo que todo era mentira: "Marina, yo creo que necesito un respiro".
No puedo respirar. Joder, no puedo. Veo las palabras, y son como golpes que me quitan el aire, uno detrás de otro. No puedo. No puedo.
Estoy harta de los sábados de cuento y los domingos de tortura. Porque siento que muero sin la esperanza siquiera de revivir. 
"Me gustaría estar un tiempo en stand by. Yo solo, sin compromisos". 
Toma, y toma, y toma. Hostias como panes con la mano abierta. 
Y de verdad que no sé cuántas más puedo recibir. 

Vuelve. 
... No te marches más. 
Por favor...

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