El día treinta y siete sin él ha sido uno de los peores, sin lugar a dudas.
"Necesito estar solo".
"No sé si ha cambiado algo, depende de cómo lo mires".
Qué suerte tuve de no romper a gritar en ese momento. Gritar, sin más. Porque en aquel instante sentí que alguien podía morir al escuchar ciertas palabras. Si provienen de ciertas bocas. Ipso facto, como en un infarto.
Qué dolor. De verdad, qué dolor. Nunca imaginé que algo bueno podría llegar a convertirse en semejante tortura.
Pero es lo que tienen las cosas que merecen la pena.
Que
nunca
son
fáciles.
Hoy, queda la resaca del dolor; la soledad, al tristeza, el sentimiento de ser un cadáver que se bambolea a gusto del viento. De verdad creería que los zombies existen, pero esto que araña por dentro me trae una y otra vez a la consciencia, al suelo, a la vida. Este dolor me convierte en más viva de lo que mucha gente será nunca, y creo que nunca he deseado estar más
muerta.
Me he puesto como objetivo una semana. Si después de eso me sigue haciendo esto, no prometo nada. Y lo siento por la traición a las promesas ya formuladas, pero la vida no es justa, tal y como podéis observar.
Duele tantísimo que no puedo hacer otra cosa que llorarme y drogarme. Dónde he quedado yo, que solía ser dueña de mi decrépita existencia.
La respuesta también duele.
En ti, estoy dentro de ti...
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